miércoles, 13 de mayo de 2009

El pan y el alma del hogar

Amasar el pan tiene esa cosa de volver a los orígenes, es algo que ya casi no se hace en casa y a mano. Ayer y otros días cuando comenzaba el ritual para preparar unos pocos panes que luego convido a vecinos y amigos, para no salir rodando por la vida, pensaba en mi abuela, en la infancia, y los olores que nos quedan en la memoria.
En la casa de mi abuela Rosa se amasaba el pan los domingos, ella y mi tío Rubén eran los encargados de la masa, de controlar que todo fuese bien dispuesto en las medidas cantidades y tiempo de leudado para que las hogazas de pan salieran perfectas del horno de barro.Pero toda la familia tomaba la cocina como lugar de paso para ver ese ritual familiar, por suerte me dejaban participar cuando llegaba el amasado de los bizcochitos con chicharrón, ahí mi abuela me daba un bollo pequeño de masa, que yo convertía en muñequitos y que después iban al horno de leña que estaba al fondo del patio, con los demás bizcochos, esos eran míos y solo los comía yo, probablemente haya sido porque no me lavaba muy bien las manos en esa época (tenía 5 años aproximadamente) y nadie quería comer mi pancito, pero para mí era el mayor de los logros, me sentía grande como mi abuela.
Ayer por la tarde después de limpiar varias veces la mesada hasta dejarla impecable comencé el ritual de volcar la harina sobre el mármol, (aunque el buen amasador amasa sobre madera, para que el pan salga mejor, ya conseguiré una enorme tabla…) al hacerlo sentía la presencia de toda la familia como en aquellas mañanas de domingo de mi infancia.
Después de masar mientras esperaba paciente que el pan leudara, con la cocina calentita, me sentí con el alma diferente, como mas placida, mas sosegada, sin estrés, sin nervios, con mucha calma y amor, porque para amasar pan hay que hacerlo con amor, como a todo, sino no sale bien. Si uno tiene mucho amor las manos se ponen tibias y la harina agradece ese calorcito dejando superficies sin grietas en cada bollo de masa.
Pasado un tiempo prudente y después del leudado, hay que volver a amasar con mas fuerza, más apasionadamente el pan, sino no se cocinará bien, amasar con energía para darle vida, color , armonía, sabor, para que tenga gusto a hogar…por eso supongo que al pan antiguamente se le llamaba “hogaza de pan” ., después de ese rato de la segunda amasada hay que armar la forma del pan definitivo y el que irá al fuego, la forma redondeada lleva una cruz marcada a cuchillo arriba (para que el diablo no meta la cola decía la abuela) cuando esa cruz se abre porque el pan se infló después de unas dos horas de leudado cubierto con un plástico y un lienzo blanco, ahí recién va al horno que lo recibe bien caliente y al que se agrega una fuente con agua en el piso del horno, para que la corteza sea crujiente y la miga tiernita. Sin espiar ni abrir para nada el horno ahí se lo deja solito, pasados 20 o 25 minutos recién podemos dar una miradita rápida para ver si falta dorar o está listo.
En esos 20 minutos no sólo se cocina el pan, también se cocina amor, por eso la casa se llena de ese aroma increíble que yo lo llamo “olor a hogar”. Amigos míos, si un día de estos están tristes o ven que la casa está con el alma fría, prueben a cocinar pan y van a ver como todo cambia en unas horas.

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